De qué se trata este post
Ésta intentará ser una declaración de principios o, mejor, una guía sobre cómo interpretar los artículos publicados en este blog.
Describiré el trasfondo de los criterios que orientan los trabajos de este blog y no seré sintética porque les juro que lo intenté y no hubo forma.
A quien lea estas líneas, le propongo que se las tome a título de comentarios; como escucha uno al vecino que nos da un consejo para arreglar la canilla. Este vecino no es plomero, no es el dueño de una ferretería, pero ya ha cambiado varias canillas, ha inundado un número incierto de cocinas y baños, y nos cuenta lo que aprendió rompiendo.
Las normas y… ¡cuidado, ese idioma está vivo!
Quienes hemos crecido al filo del final del siglo 20 –y mucha gente que creció antes– hemos aprendido el español de modo normativo: se nos dijo (y solemos repetir) que hay cosas que están bien y hay cosas que están mal. Bien o mal, de acuerdo a lo que indican las academias de la lengua.
Sin embargo, el idioma está vivo. Es un complejo sistema que va cambiando partecitas, frecuencias y funciones, según un montón de factores que afectan cómo lo usamos. Entonces, es un poco difícil decir si algo es correcto o incorrecto con respecto a un elemento que no se mantiene siempre en el mismo estado.
Es cómo querer decir que Pedrito (3 años, hijo de mi vecino), mide 73 centímetros y eso es lo correcto. Y cualquiera que diga que Pedrito mide 72 o 75 centímetros está equivocado. La afirmación, dentro de ciertas condiciones, podría mantenerse verdadera, pero de aquí a unos años se volvería insostenible. ¿Podríamos esperar que el idioma cambie un poco más despacio que Pedrito? Pues, en algunas condiciones, sí. ¿En el mundo actual? Hm…
¿Y entonces por qué y para qué están las normas?
La durabilidad de ciertas reglas del idioma se logra enseñándolas, convenciendo a la gente de que las use. Una manera de hacerlo (que venía funcionando relativamente bien hasta que yo pasé por la escuela obligatoria) era decir a los estudiantes que las cosas eran correctas de un modo y todo lo demás estaba mal.
¿Sirve esto para algo? Los métodos en sí a mí me dan algo de escozor, pero es cierto que tener convenciones permite que nos entendamos cuando nos comunicamos. Ahorra tiempo, porque nos permite saber con bastante exactitud qué nos están diciendo cuando leemos un escrito o escuchamos a alguien hablar.
Yo creo que esa forma de enseñanza es lo que durante mucho tiempo ha mantenido a las declaraciones de la Real Academia Española y a las de otras academias de la lengua como declaraciones estáticas y de por sí correctas, sin cuestionamiento. La Real Academia declara algo y nosotros decimos listo, acá hay una norma, ahora tenemos que aplicarla sí o sí. Estoy hablando de la experiencia del usuario común del idioma, no de las personas que estudian lengua como una carrera.
No obstante, aquellos escritos no se proclaman correctos y normativos de una vez y para siempre. Su función es descriptiva: lo que con ellos se hace es recopilar, analizar y hacer públicos los usos que la gente está haciendo hoy en día del idioma. Es algo así como una fotografía o más que una fotografía una pintura al óleo que representa el estado de la situación.
De modo que, en vez de hablar de un estatus de corrección de determinado uso del idioma (por ejemplo, decir «es correcto escribir “hablar” con hache inicial») más bien se podría hablar de adaptación o no de dicho uso del idioma a la convenciones vigentes («la RAE indica que la mayoría de la población hispanohablante escribe “hablar” con hache inicial, y no hay otras tendencias definidas, dentro del grupo de hablantes, sobre cómo escribir esta palabra»).
Analizando un escrito particular, podría verse más o menos así: esa persona que escribió «ase un anio bine a ezta siudá», ¿está escribiendo parecido o no a lo que las academias de la lengua han encontrado que escribe el resto de la población? Pues no, está escribiendo con una ortografía bastante distinta a la convencional y, así las cosas, tanto podría haber intentado decir «hace un año vine a esta ciudad» como «hace un año miné a esta ciudad». Entonces, podríamos estar hablando de un asunto de alojamiento o de un problema de seguridad pública, y no hay cómo saberlo.
En libros del 1900, por ejemplo, «fé» y «fué» aparecen consistentemente con tilde en la «é». En inscripciones antiguas se encuentran usos intercambiables, por ejemplo, de la «I» y la «J». ¿Están mal? Era la forma en que se escribía en esa época. Después cambió. ¿Fue bueno el cambio? ¿Fue malo? Eso ya corresponde a un juicio de valor.
La cosa va y viene
Lo que me parece válido resaltar es que hay una interacción entre los hablantes y las academias. Se supone que las academias van por detrás de los hablantes para pintar el cuadro de cómo hablan, pero a veces también hay hablantes que no se sienten representados por lo que dicen las academias.
¡Y es que no todos hablamos igual! Y eso no quiere decir que los hablantes que no han sido representados estén hablando/escribiendo mal o que tengan que cambiar cómo hablan o escriben en su vida diaria (esta afirmación es general y vale mientras no esté Usted escribiendo un Documento Oficial).
Yo no me siento representada con la eliminación de las tildes sobre «sólo», «ésta», «éste». ¿Eso prohíbe a la academia decir que la mayoría de las personas no están usando esas tildes? Nop. ¿Quiere decir que yo tengo que dejar de usar esas tildes? ¡Pues no! La academia cambia las recomendaciones porque LA MAYORÍA NO LAS ESTÁ SIGUIENDO. Eso no vuelve un criminal del idioma al que mantiene usos anteriores porque le permiten comunicarse más a gusto.
Todos somos usuarios libres de un idioma. Seguir los usos recomendados permite que nos entendamos. Cuando esos usos no nos son útiles, o cuando encontramos otro uso que nos hace felices, o nos da un buen resultado, no tenemos ninguna restricción moral que nos lo impida.
Si en cambio tengo un uso (viejo o nuevo) que me encanta pero no me funciona; porque el interlocutor no me entiende, se enoja, se confunde, lo que fuere, pues yo misma veré hasta dónde quiero insistir con ese uso. ¿Es lo suficientemente útil para mí como para tolerar ciertos disturbios en la comunicación? ¿Hay otra forma de conseguir lo mismo sin que el lector intente darme con una escoba por la cabeza?
«Bueno señora, entonces usted, ¿qué pretende?»
La existencia de este blog, por lo pronto, se propone aportar a que escribamos con respeto por los lectores, tomando como el máximo respeto:
- Intentar sinceramente ofrecer la mayor claridad y prolijidad posible,
- valorando y estimulando la inteligencia del lector,
- y disfrutando de todo lo bello, divertido y enriquecedor que se pueda cosechar del uso del idioma.
A los fines de ayudar a cumplir estos propósitos, esta servidora propondrá seguir ciertas convenciones del idioma, teniendo en cuenta las propuestas de RAE y de otras personas e instituciones, y también algunos criterios personales.
Pero también se explorarán palabras, usos, sensaciones que distintas personas tenemos con respecto al español. Básicamente, le vamos a estrujar al idioma todo lo que pueda darnos.
Con estas consideraciones, me puedo ir a seguir escribiendo listas de palabras parecidas, significados, usos de preposiciones… Hay mucho por escribir y varios artículos sin terminar, y me está entrando la impaciencia. ¡Espero poder seguir publicando prontamente!
Referencias para chusmear
Los padres de Moli. (1984). El cerebro de Moli, en «El cuerpo de Moli» (s/d). Este cerebro puede ser contactado comunicándose al mail info@yuukigaaru.net
*Nota: Estas referencias han sido creadas tomando como base el formato APA pero no lo respetan del todo, por favor no se le ocurra tomarlas como ejemplo de dicho formato porque después si le rechazan el trabajo práctico yo no tendré nada que decir, ¿eh?
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